La defensa de los derechos humanos nunca ha sido fácil para las mujeres. Menos cuando en Chile ocurrían violaciones masivas, sistemáticas e institucionalizadas a estos, perpetradas por la dictadura cívico militar entre 1973 y 1990. En ese entonces, reivindicar la dignidad humana se hizo más que nunca imprescindible, poniendo en riesgo la vida y la integridad de las defensoras que demandaban verdad y justicia para sus familiares y seres queridos, como también democracia en el país y en sus vidas.
Pese a ello, miles de mujeres realizaron acciones individuales y colectivas, públicas y privadas, para denunciar lo que ocurría, procurar justicia, conocer el paradero de sus cercanos/as y exigir el fin de la violencia de Estado, del genocidio y de la dictadura de Augusto Pinochet. Muchas de estas defensoras generaron redes de apoyo o formaron instancias de participación e intervención en la dura realidad que vivía el país, sorteando la muerte, la desaparición, la tortura, el exilio y ejecuciones de cientos de personas, como las destacadas Sola Sierra, Ana González o Viviana Díaz, quien más tarde sería la primera Premio Nacional de Derechos Humanos en Chile.
Otras lo hicieron desde sus conocimientos y expertises profesionales, como Mónica González, Fanny Pollarolo, Estela Ortiz, Patricia Verdugo, Fabiola Letelier (Premio Nacional de Derechos Humanos 2018) o Ma. Olivia Monckeberg, agrupadas en el ejemplar movimiento “Mujeres por la vida”, que junto a muchas otras integrantes realizó intervenciones “relámpago” y de carácter pacífico, para generar impacto público y denunciar al régimen, exigiendo paz y democracia.
Pero hubo muchas otras mujeres que, sin formación profesional, pero con convicción y valentía defendieron la vida y la dignidad de sus cercanos/as, resistieron la dictadura en lugares apartados, en zonas rurales o en aquellos territorios donde los allanamientos y la violencia eran parte del día a día, afectando no solo los derechos civiles y políticos, sino también derechos como la alimentación, la salud o el desarrollo y bienestar de niñas, niños o personas mayores. Lugares en donde muchas veces las cámaras de televisión, los micrófonos de la radio u otros medios de comunicación simplemente no estuvieron.
Son aquellas defensoras de derechos humanos anónimas. Las que nadie nombra porque nunca se supieron sus nombres ni sus historias, pero que existieron y enfrentaron la dictadura. Aquellas que, junto con resistir cara a cara la represión, poniendo el cuerpo ante las armas, las balas y las tanquetas, fueron capaces también de levantar ollas comunes para alimentar a sus familiares y vecinos/as, capaces de entregar cuidados a personas mayores y enfermas en medio de horror, o de proteger y dar alegría con juegos y amor a niñas y niños en las poblaciones y los campos. Las defensoras de los derechos económicos, sociales y culturales afectados también por el período dictatorial.
Por esto, al conmemorarse 50 años del Golpe de Estado y posterior dictadura cívico militar, recordamos a todas esas mujeres defensoras de derechos humanos que, en su conjunto, contribuyeron a exigir verdad, justicia, respeto a la vida y retorno de la democracia, cimentando los caminos para avanzar hacia el término de uno de los períodos más oscuros del país. Mujeres que, incluso hasta el día de hoy, siguen en la senda de proteger y reivindicar la dignidad humana, inspirando a muchas que hasta hoy mantienen vigente su legado.